Probé la sal emanante de tus ojos,
era amarga, ¡tuya!
Tú que eres miel dulcísima,
que al probarte el azúcar misma sabe a vinagre.
¿Cómo pude yo provocar en ti dolor?
Porque supe que fue dolor cuando tus ojos,
brillantes como perlas bañadas en mar,
voltearon hacia mí: cegado de orgullo,
incendiado en ego,
de la chispa que provocó
la fricción entre tu inseguridad y mi miedo a ser amado.
Enséñame, amor, a amarte como me amas.
No me perdonaría volver a provocar
que el manantial de agua salada
inunde los cimientos de la morada
donde habita nuestra recién nacida relación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario